Hasta el corazón más duro e insensible suele entreabrir su puerta a echar una ojeada a su alrededor en estas fechas; no es para menos con
todo el bombardeo que recibimos en estas fechas. Comerciales, calles, casas,
ropa, música, marcas, todo está orientado a exaltar las fechas.
Lo curioso es que en un mar de “buenos deseos”, “paz y armonía”,
“tiempo de amor y felicidad”, “desear lo mejor”, “buena vibra”, “fraternidad”, “generosidad”,
“convivencia” hay dos ideas que suelen brillar pero por su ausencia: “Jesús” y “Niño
Dios”.
Sobre
todo los comercios y las instituciones públicas pueden inundarse de renos,
santas, reyes magos, duendes, estrellas, monos de nieve, luces, esferas,
árboles; pero poner en el pesebre un niño Dios, es impensable o al menos
incómodo. No tenemos reparos en poner un burro, un buey y un ángel, ni siquiera
a José y María, pero evitamos el tema del Niño. Gracias a Dios, para las
escuelas, para el 25 están de vacaciones y se ahorran el trago amargo de la
polémica de si ponen al Niño Dios en el nacimiento o no.
No tengo nada en contra de todas las ideas de la paz y la
generosidad en sí mismas. Sin embargo creo que exaltarlas sin orientarlas a lo
que le da razón de ser a la Navidad las vuelve totalmente estériles y
superficiales. Como creyentes no nos avergoncemos de poner al centro de la
Navidad lo que es su centro, En nacimiento del Hijo de Dios que se hace hombre
para Salvarnos.
Los “buenos deseos”, el “tiempo de dar”, “fraternidad y
armonía” son comida chatarra para el alma; es decir, se oyen muy hermosos,
sacan del apuro de decir algo bonito a todos en estas fechas y lo mejor de todo, sin
comprometerse mucho; es decir, no nutren, no echan raíz ni hacen compromiso de
algo concreto hacia el otro, suenan lindo, pasan rápido y seguimos con nuestra
vida. Cuando nos atrevemos a decir en lugar de esas ideas bonitas algo como “que
el Niño Jesús nazca en tu vida y que se quede en tu familia”, “que tu corazón sea
como el pesebre, sin lujos pero con lugar para recibir a otros”, “deseo que
como la sagrada familia sepan ser felices aún en la pobreza”.
Estas palabras son más duras de decir, quizá sintamos que se
nos atoran en la garganta y además que decirlas compromete, no se pueden decir
a la ligera pues exigen algo dentro de nosotros antes de pronunciarlas. Son como
el alimento verdadero, el verdadero sentido de estas fiestas.
Si desean vivir una navidad "de pasada", “como siempre”, bonita
y superficial, ¡adelante!, llenen su alma y la de otros de comida chatarra con “buenos
deseos”, paz, armonía, buena vibra, fraternidad, y evitemos a toda costa a ese incómodo Niño Jesús. Si queremos una navidad única, que eche raíz, que deje huella y
sea inicio de una nueva vida, compartan la alegría del Dios hecho Niño, hecho
hombre a los demás y ahora sí adórnenlo con las palabras bellas que gusten. Que
nuestra casa también de adorne con muchas cosas pero que no falte en el centro
de la mesa y de la celebración el niño Jesús. Si no podemos digerirlo a él la
navidad será una hipocresía, si lo digerimos a él la navidad será un nuevo
nacimiento.
Esta navidad nada de comida chatarra al alma, ¡CARNE!, aliméntenla
del Dios que ha tomado nuestra Carne. †
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