21 de enero de 2020

Esas manos no son suyas padre



Me sucedió algo hace días que da pie para iniciar un artículo que ya traía rondando en la mente. Iba caminando por la calle en el centro de la ciudad, cruzo la calle y el carro que venía se detiene; Supuse que, para darme el paso, pero no sólo eso (les recuerdo que siempre visto sotana). Del carro se baja la señora que venía conduciendo, se acerca a mí, me toma la mano y me la besa, sin decir nada, se va y sube de nuevo al carro. Así de rápido y simple, no me dio ni oportunidad de decirle buenas tardes. La despedí con la mano y seguí caminando.

Las circunstancias fuero poco usuales, pero recuerdan que hace tiempo besar la mano del sacerdote aún era una costumbre frecuente. Tristemente, el besar las manos del sacerdote es un gesto que además de ser ya poco practicado, de hecho, suele ser desalentado por no pocos sacerdotes alegando en veces humildad y en otras que “somos iguales” a los laicos.

No es mi intención penetrar a la conciencia y los motivos de los sacerdotes que desalientan esta práctica de piedad. Sólo quiero presentar mis motivos, tanto a Laicos como a sacerdotes para que esta práctica sea fomentada de nuevo.

¿De quién son esas manos?

¿Del padre o de Cristo?, no necesitamos en entrar en debates teológicos para afirmar que las manos del sacerdote son las de Cristo, quedan consagradas, tienen el poder de administrar su sangre y su gracia. A partir del día de su consagración, las manos del sacerdote en este sentido sobrenatural no le pertenecen más a él.

Así, volvemos al argumento de la humildad, ¿es humilde el que trata cómo suyo lo que no le pertenece?, ¿el que no quiere que le besen “sus” manos, olvidando que ya no son de él? Si no estás acostumbrado como sacerdote a que tengan este gesto e incluso te incomoda, permítelo, te recuerda que no te perteneces, que no te buscan a ti sino a Jesús.

Si eres laico, te invito a que practiques con frecuencia este signo hacia tu sacerdote, te recordará (y le recordaras) que de él recibes algo que no es de este mundo. Si te lo quiere impedir por “humilde” le puedes responder, ¡Padrecito, yo quiero besar las manos de Jesús, acuérdese que usted no tiene manos! (jajajaja). De cuando en cuando es bueno que nos ayuden a recordar que no nos pertenecemos.

Cuando alegamos que “somos iguales” para no permitir que se nos bese la mano, de nuevo recordamos, el hombre si es igual en cuanto fragilidad, pero en cuanto a la gracia del sacramento no. Cuando se encuentren uno de esos sacerdotes (de los que no existen) que no quiere parecer sacerdote, que se vive afirmando que fuera del templo es “como todos” (Una mentira muy cómoda, por cierto). Ayúdenle a recordar la preciosa dignidad que tiene, donde lo hallen salúdenlo y bésenle la mano, recuérdenle que donde ande, lleva a Cristo consigo. Le harán un gran bien a su alma.

Cuando te sientas molesto con un Padre (tampoco estas cosas pasan), por cualquier motivo, cuando te haya tocado conocer la fragilidad humana que también él tiene; Bésale las manos. Te recordará que aun así Cristo sigue presente en sus manos, te recordará que podrás molestarte con el Padre, pero nunca con Cristo. Le recordaras que debe reconciliarse contigo para no ser obstáculo entre Jesús y sus ovejas.

El Sacerdote no tiene manos

Finalmente, este acto de piedad es un pequeño gesto de “rebeldía” contra lo mundano, recuerda que Dios se hizo carne y que lo sobrenatural se oculta en lo humano. Es un acto de “rebeldía” contra la tibieza que alegrará a un buen sacerdote y que le provocará una sana incomodidad y molestia a un sacerdote tibio, para bien de su ministerio.

Si el Padre se molesta, mejor, cada vez le recordarás que en sus manos lleva algo que no le pertenece a él, sino a Dios y las Ovejas y para ellos debe ofrecerlo. No tenemos derecho a molestarnos porque el Sacerdote no tiene manos. †

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