4 de febrero de 2015

¡Ah que fiestero me salió Diosito!

        Ayer cumplió años de vida el padre Juan (la edad no fue autorizada para revelarse en este medio) y celebramos juntos la misa con la comunidad. Después de la celebración Eucarística hubo una pequeña convivencia con lo que cada persona puso en común de donde agarro la excusa para retomar los artículos.

        Ya estaban las mesas largas con todo para que nos sirviéramos, chilaquiles, sándwiches, frijoles, ensaladas, burritos y flanes, pasteles y gelatinas en abundancia. Acababa de bendecir los alimentos a petición del Padre Juan y me disponía plato en mano a devorar felizmente lo que hubiera en las mesas cuando una persona me jala de la camisa y me dice — Padre, ¿no podrá confesarme? — dejando parte de mi corazón y mi antojo en ese plato jajajajaja me fui a confesar a la persona.  No fue una confesión larga, pero otros se dieron cuenta y se me formó una pequeña cola jajajajaja, bueno que le hacemos, terminé con la fila de penitentes al poco rato con la de la cena.

        No es la primera vez que algo así me sucede, aun habiendo confesado durante la misa, que la gente aprovecha precisamente  la hora de una cena parroquial y precisamente el momento en que tienes delante la mesa de alimentos para pedirte confesión. Podrán decir que es inoportuno, que estoy en toda libertad de decirle que no es el momento que me busque después o que hubiera aprovechado la hora de confesión durante la misa recién terminada. Todas esas cosas respuestas me pasaron alguna vez por la cabeza cuando estaba recién llegado al ejido Nuevo León. Pero la primera vez (y única) que quizá no dije que si de muy buena gana Dios me mandó una de esas cachetadas con guante blanco pero con un yunque dentro que le encantan.

        Creo que era una posada de toda la parroquia y había cena y un programa preparado también y me abordó una persona pidiéndome “un minutito” para confesar; era una persona que yo sabía bien que no brillaba por ser breve al hablar y consideré en decirle que me buscara en otro momento pues de verdad deseaba disfrutar de la convivencia. El Señor (al modo de Él) me recordó en ese momento una frase sabia del evangelio: “Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventainueve justos que no tengan necesidad de conversión” (Lc. 15,7).


         Mirando de reojo a Dios que es muy amante de ser inoportuno jajajaja me fui a confesar ese día, pensando que también ese arrepentimiento en el cielo era pachanga. Creo que Dios se ha tomado algo en serio el recordatorio de ese día pues es rara la fiesta donde no termine confesando a alguna persona a deshora y donde un poco de privacidad lo permita. ¡Ah que fiestero me salió el Señor! que le gusta andar haciendo fiesta a cada rato a costillas de uno. Espero que haya por allí un que otro arrepentido que quiera servirle de excusa para hacer más fiesta.