Hoy ha nacido el Mesías y todas las ciudades, todas las casas
se visten de Luces; desde las Iglesias hasta los televisores se nos invita a
vivir este tiempo de navidad. Algunos nos invitan, muy cristianamente a que el
Mesías nazca en nosotros, a hacer de nuestros hogares un nuevo Belem o algún otro
deseo navideño. Los menos creyentes pero igual de navideños nos invitan con un
lenguaje más diluido a vivir estas “fiestas Decembrinas” sacando lo mejor de
nuestros corazones, con frases bonitas como “regalar afecto”, “compartir luz y
esperanza” y otras frases bonitas ya hechas.
Yéndonos por el lado católico del asunto creo que todo
creyente medianamente honesto reconoce como
el núcleo de la Navidad hacerle lugar a Jesús en nuestras vidas así como le
ofrecieron el pesebre de Belem en su encarnación. A primera vista es una frase
bella que todos nos disponemos a realizar en estas fechas; aún en lo exterior el
adorno de nuestros hogares es un signo de esa espera.
El detalle que he notado es que todos lo recibimos, pero no
todos lo conservamos en nuestra vida. Me da la impresión de que entre los que
lo recibimos habemos dos tipos de
anfitriones para Jesús, los que lo reciben de visita y los que lo recibimos de huésped.
Cuando Jesús es Visita: preparamos
el hogar, quizá tenemos muchos detalles bellos y generosos con Él y con los
demás. Lo mejor de nosotros nos desborda y algunos gestos de caridad nos son
mas frecuentes y espontáneos. Sin embargo la alegría nos dura unos días y después
nos damos cuenta que “la visita” nos exige tiempo que no teníamos calculado,
nos exige parte de nuestro espacio personal que es “sólo nuestro” y que además
tiene la osadía de decirles en nuestra propia casa que hacer o que no hacer
porque a Él le agrada de un modo u otro.
Cuando
“la visita” empieza a agarrar confiancita y a “exigir” solemos decirle
amablemente “Señor, fue bonito tenerte de visita unos Días pero tengo algunas
cositas que arreglar, nos vemos el próximo”. Así de fácil despedimos al Señor de nuestra vida cuando sentimos que
amenazaba con cambiarla.
Cuando Jesús es Huésped: En
general la situación es casi toda como en el caso anterior, pero cuando uno
nota que “la visita” empieza a tener intenciones de durar más de lo que calculábamos
estamos dispuestos a recibirlo es tiempo
que Él lo desee aunque sea para siempre. De tal manera que si bien ahora
hay que compartirle permanentemente tiempo y espacio personal lo vemos como
algo que vale la pena por tenerlo con nosotros. Y también con tal de que no se
valla cambiamos de nuestras costumbres lo que sea necesario para que el ahora “huésped”
se sienta cómodo a nuestro lado.
Conclusión:
todos podemos compartir el “espíritu Navideño” unos días al año, es agradable y
nos hace sentir mejores; pero de verdad vivir la navidad no es sólo compartir
momentos bellos con Dios y con el prójimo. Vivir verdaderamente la navidad es
recibir a Jesús también cuando nos obliga a cambiar de hábitos, cuando hacerlo
parte de la vida nos hace compartirle más tiempo; cuando nos hace dejar
costumbres (y pecados) que no le agradan. Cuando lo preferimos a él que a los
pecados o que a nuestra comodidad. Cuando
los días de Navidad cambien en nosotros de manera permanente actitudes de
nuestra vida, entonces de verdad hemos recibido a Jesús en nuestros corazones. ¡Feliz
Navidad! †